EL DÍA DE LA MARMOTA



Cada curso en el que se celebran las pruebas para el Acceso a la Universidad (alias PAU, alias EBAU, alias comoseaquelosseñoresministrosquieran) no puedo evitar acordarme de aquella mítica película de Bill Murray del año 93, Groundhog’s Day (traducida como El día de la marmota). Para todo aquel que esté mínimamente familiarizado con la estructura de dicha prueba en España, sabrá que todos los años alumnos, padres y profesores enfervorecidos lanzan peticiones en plataformas digitales, como Change.org, con el objetivo de reclamar una unificación de la prueba, competencia de cada comunidad autónoma (hasta el momento). A pesar de estos denuedos, en España, donde parece que todo ha de durar para siempre, la cosa sigue igual, curso tras curso. Y así continuará por los siglos de los siglos (y amén) hasta que alguien alce la voz y decida poner fin a este reino de taifas contemporáneo.
Todo este panorama me induce a pensar que estamos condenados a revivir incesantemente el día de la marmota. Desgraciadamente, la marmota no solo sale del tronco una vez al año, sino que, cual carcelario, tiene ciertos días del calendario marcados en rojo, un rojo muy chillón. Así pues, la marmota hace acto de presencia en las cenas de Nochebuena y de Nochevieja con la asistencia del cuñado, en los cumpleaños en los que a uno le da palo soplar una vela más con respecto al anterior, en los finales de curso con los docentes botando de alegría ante el desconsolado llanto de los padres (y viceversa en los septiembres), en los fastidiosos anuncios de la “vuelta al cole” en pleno julio, en las sesiones de gimnasio trisemanales (no sea que a nuestro metabolismo le dé por declararse en huelga) o en el simple hecho de tener que levantarse todos los días para ganarse el pan y las lentejas (absténganse rentistas y marqueses).
Pero, como por arte de magia, la propia inercia se rebela contra sí misma y entonces se producen unas anomalías en la rutina que, por supuesto, son totalmente bienvenidas. Aunque de manera inconsciente, rechazamos así vivir en un eterno 2 de febrero. Es por esto que en ocasiones en esas cargantes cenas falla el cuñado (o, en su defecto, otro clásico de la fauna familiar: la suegra), te cae algún regalo especial que compensa esa vela de más (y que por una vez no requiere de uno que fuerce su propia expresión facial porque realmente le gusta), nos damos un capricho culinario y la báscula milagrosamente marca lo mismo que hace tres días (una pequeña tregua, ya ven ustedes) o llegan las ansiadas vacaciones (a pesar de que en las de Navidad haya que tragar a cuñados y suegras). Quizá se pregunten ustedes por qué he omitido la mención al curso académico. La razón es muy sencilla: no hay forma de librarse de él. Por desgracia, tan solo la trágica muerte de algún miembro de la comunidad escolar o de algún estudiante, además de un mal temporal, condiciona la jornada. Una jornada que, aunque más o menos larga, no entiende de medias tintas, ya que no desaprovecha la ocasión de achicharrar a profesores y alumnos con exámenes, actas y otros odiosos trámites. 
No obstante, conviene no descuidarse, pues la aparente idea de un indefinido y machacón día de la marmota no es excusa para dejarnos atrapar por el tiempo. Aprendamos de Phil, el personaje de Bill Murray, que al final logró eludir lo que parecía su destino y tachó ese sempiterno 2 de febrero del calendario.

Sociego

Burgos, 30 de junio (3 de febrero) de 2019


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