En 1996 el escritor estadounidense David Foster Wallace publicó su novela La broma infinita (Infinite Jest). Fue una obra de gran polémica, la misma que debería suscitar un lema muy extendido en estos últimos tiempos como el de “Todos somos capaces de todo”, emparentado con el de “El esfuerzo vence al talento”. En esta era del buenismo y lo políticamente correcto, se ha popularizado la filosofía del Mr. Wonderful (un estudio gráfico que se dedica a lanzar mensajitos motivadores por RRSS y que hasta cuenta con su propia página web, completamente mercantilizada).
Ante esta moda tan cool y los peligros que entraña, cada vez estoy más convencido de que los seres humanos somos como un automóvil. Unos vienen equipados con un motor antediluviano, otros tienen una tapicería que ríanse ustedes de Versalles, etc. También los hay que ni motor, ni tapicería, ni carrocería, ni tuneado, pero eso ya es otra historia. Pues bien, díganme a quién se le ocurriría competir en un Rally Dakar con un Seat 600, o adentrarse por una pista de tierra con un Volkswagen Escarabajo, o ir a recoger a los niños del colegio en el Batmóvil, o correr en un circuito de F1 con una autocaravana. Algo similar sucede con las personas. A una persona poco amiga del deporte nunca se le pasaría por la cabeza correr la maratón de Nueva York, de la misma forma que un ciego no podría pilotar un Boeing 747 o un sordomudo sería incapaz de soltar un discurso digno de un Demóstenes o un Cicerón. El problema viene cuando el “Todos somos capaces de todo” se extiende y cala en la mentalidad colectiva. Creo que este eslogan, muy propio de un vendedor de aspiradoras, supone toda una traición a la honestidad. Cuando un culo de sofá se propone batir la plusmarca mundial de atletismo, un “topo” quiere emular a Tom Cruise en Top Gun o un sordomudo sueña con recitar las Catilinarias y se los alienta con tan funesto mensaje, se los está engañando cruel y vilmente. Pues, por mucho que entrenen en lo suyo, nunca van a lograr unos objetivos para los que no están capacitados. Pero quizá ese culo de sofá esté desperdiciando su gran talento para las matemáticas, ese aspirante a piloto posea una sensibilidad inusitada para la música o ese orador en ciernes esté muy bien dotado para los 100 metros lisos (¿llegará algún día a ser como Bolt?). Para que vean que tengo para todos, diré también que un servidor es consciente de que nunca ganará una maratón (ni la de Nueva York, ni la de Boston, ni la de su barrio) o de que sería incapaz de componer una sinfonía – aunque sé apreciarlas –.
No pasa nada por reconocer nuestras carencias. De hecho, ayuda y mucho a conocernos un poco mejor (¿ven hasta dónde llega el síndrome Mr. Wonderful?). Por eso, les invito a preguntarse qué es lo que más nos conviene como sociedad: ¿ser comerciantes honrados que dejan su materia prima a la vista de todos o vendedores de aspiradoras/crecepelos? ¿Hasta cuándo vamos a seguir con esta broma infinita?
Sociego
Burgos, 21 de julio de 2019
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