El pasado
sábado, durante la fase final de una etapa de la Vuelta Ciclista a España, una
unidad aérea de los Mossos d’Esquadra descubrió una plantación de marihuana en la azotea de un
edificio en Igualada (Barcelona). Resulta cuando menos curioso que,
de no haber sobrevolado la zona, allí habría seguido el
tinglado indefinidamente. Este sorprendente hallazgo viene
a confirmar, una vez más, que muchas verdades en la vida son cuestión de
perspectiva.
Así, uno no puede
disfrutar de Las Meninas, La
historia de Nastagio degli Oresti, La nave de los locos o La muerte de Sócrates, entre otros, si
no se aleja completamente del lienzo. De la misma forma, no
se pueden elegir unos zapatos si antes no se ha pensado en la combinación con
la camisa y los pantalones. Qué decir de nuestros
años de instituto, cuando el profesor de Dibujo Técnico encargaba láminas
en las que uno demostraba su pericia de delineante. En
mi caso, las estrellas de la función eran la perspectiva caballera y la
isométrica. En teoría, era pan
comido: “Tres ejes: X, Y y Z; y hala, a partir de ahí a echarle imaginación”,
pensaba uno. ¡Pobre inocente! Ya se sabe que de
la teoría a la práctica media un gran trecho, plagado de
zarzas espinosas (y lápices bien afilados en posición amenazante). Pero
ahí no queda la cosa. ¿Recuerdan Taxi Driver (1976),
aquella magnífica película de Martin Scorsese? Bien, sin entrar en detalles,
quiero que evoquen el plano final del burdel en el que irrumpe Travis Bickle. ¿Lo tienen en
mente? Si es así, ¿qué me dicen de ese magistral picado? No
voy a describir la escena con pelos y señales porque supongo que entre ustedes
también habrá quienes aún no la hayan visto. Como en Taxi
Driver, hay grandes filmes con
soberbios planos. A mí en estos momentos se me vienen a la cabeza el inicio de Touch of Evil (1958), con aquel coche en la frontera mexicana; la
presentación del personaje de John Wayne en The Stagecoach (1939), con su famoso
juego de gatillo; la introducción de Los Ángeles en un
futurístico noviembre de 2019 –alarmantemente próximo– en mi
adorada Blade Runner (1982); o la entrada de Darth Vader en la nave rebelde Tantive IV para recuperar los planos robados de la temida Estrella
de la Muerte, en Star Wars (1977). El resto,
rellénenlo ustedes con sus propias
aportaciones. Asimismo, como en la clásica parábola del pobre que
tiene otro más pobre detrás
recogiendo sus restos, poseer cierta
perspectiva le confiere a uno la capacidad de relativizar las dolencias. Por
eso, quejarse de un catarro cuando otro padece una neumonía, o torcerse
un tobillo cuando existen tullidos (las cosas como son)
pueden hacerle parecer a uno un puñetero quejica. Pero
además de todo lo anterior, ¿cuántas veces han
oído la expresión “Fulanito no tiene perspectiva de futuro”? Y es que a
mí ahora se me ocurre más de uno al que podía aplicársele perfectamente: ¿les
suenan unos que no han parado
de pasarse la pelota desde mayo y que aún no se han decidido
a formar el equipo? ¿Y
qué me dicen de un tal Boris Johnson, que ha tomado a su Parlamento por una
construcción de LEGO que monta y desmonta a su antojo? Todo por no hablar de un
tal Trump, que cambia los LEGO por Exin Castillos y se dedica a
levantar muros. Veremos, por cierto,
cómo se arremangará los pantalones y entrará en el patio de juegos del señor
Kim Jong-un, quien últimamente anda muy entretenido con sus misiles.
Ya ven que no conviene perder la perspectiva. Si
no, díganmelo cuando se
encuentren ante El jardín de las delicias, les
salga un grano o tengan famélico al
cerdito de los ahorros. En esos casos, acuérdense de no
arrimar tanto la cara a los trazos, de
darse una pomada sobre la zona afectada –y sentirse
afortunados de no sufrir un cáncer de piel– y de cebar
un poco al gorrino. Porque ya saben: con perspectiva la
vida se contempla desde otros ángulos.
Sociego,
Burgos, 8 de septiembre de 2019
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