Si acudimos al DLE (2009) e insertamos el término español en el buscador, hallaremos en su cuarta acepción la siguiente definición: “lengua romance que se habla en España, gran parte de América, Filipinas, Guinea Ecuatorial y otros lugares del mundo”. Menuda explicación más simple, piensa uno (o debería hacerlo, al menos). Entonces es consciente de que está ante un diccionario, fríos por naturaleza. Si diseccionamos diccionario, su propia raíz es sosa: diccion-, ‘acción de decir’. Decir es un verbo muy inexpresivo. ¿Por qué decimos decir si podemos decir enunciar, parlar, articular o hablar, entre otros sinónimos? Lo mismo se podría aplicar al español, a nuestro español. ¿Realmente estamos seguros de que tan solo se reduce a lo que propugna nuestra RAE?
Hace poco escuché en boca de un profesor que cuando se produce un error –ya sea ortográfico, fonético, morfológico, etc.–, ese fenómeno es síntoma de que la lengua está cambiando. Así, proseguía su explicación, “no conviene ser purista”. Finalizaba su intervención invitando a la audiencia, entre la que yo me encontraba, a dejar de ser talibanes de la lengua. Yo mismo confieso ser a veces uno de esos talibanes, aunque mis bombas y mis cuchillos –figuradamente, que quede claro por si acaso– adoptan siempre la forma de pequeños dardos, parafraseando a Lázaro Carreter. De todos modos, la metáfora de síntoma de cambio evocó en mi mente la imagen de un enfermo. Y es que quizá la lengua española, como todas las demás, es un pobre enfermo en manos de unos cuantos doctores y enfermeros. Es tarea del filólogo diagnosticar la dolencia y, a partir de ahí, valorar su extirpación del organismo social en el que pulula. Sin embargo, para optar por la extirpación ha de haber un consenso entre los doctores y los enfermeros, lo que nos incluye a todos los hablantes de esa lengua. Porque no es tan grave enunciar (evitemos decir) “las *cocretas están deliciosas” como proclamar a los cuatro vientos “las croquetas están awesome”; anunciar que “esta noche se va a full” cuando se puede ir a tope o a por todas o elegir expresiones tan random como las anteriores o cualquiera de estas: on fire, trendy, summer holidays, ir de shopping, etc. Cada vez que se comete uno de estos atentados, pensemos quién está siendo el talibán. ¿Podremos lograr un acuerdo para extirpar estos tumores de forma conjunta? A fin de cuentas, un de que mal colocado, un subjuntivo inapropiado o una metátesis improcedente no exceden de la mera torpeza, del lapsus linguæ. En principio, no revelan ninguna debilidad mental. El problema viene cuando la gasa o tirita se convierte en vendaje innecesario, pues una cosa es cubrir las carencias de la propia lengua con “parches” importados del extranjero y otra muy distinta es apretar tanto el torniquete como para provocar gangrena. Después de todo esto, ya ven que conviene ampliar la definición de la Academia, pues de lo contrario la hemorragia resultaría indetectable.
Nos duele la lengua, siempre nos ha dolido. La lengua española, igual que sus colegas de otras naciones (otro concepto polémico), ha sido a lo largo de su historia un enfermo recurrente. Ha alternado periodos de lozanía con otros de padecimiento, pero al final acababa saliendo airosa. El motivo de su pervivencia, a pesar de todo, ha recaído en sus enfermeros; puesto que buenos doctores los habrá siempre, pero tal vez no abunden los buenos enfermeros. A tiempo estamos de revertirlo sin necesidad de caer en fanatismos. Cuidemos la lengua, porque el error se admite, pero la negligencia no.
Sociego,
Salamanca, 15 de septiembre de 2019
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