DE CAMINO AL GÓLGOTA


En el episodio de la Crucifixión, Jesús se somete al castigo a modo de sacrificio por los pecados de la humanidad. De acuerdo con la doctrina cristiana, la condena del Mesías lograría expurgar cualquier rastro de ignominia a través de esta especie de catarsis. Digno de una gran tragedia griega. Ante semejante relato, uno no puede evitar preguntarse si fue el propio Jesucristo quien sentó las bases de la filosofía del masoquismo.


Y es que es esta una filosofía muy vigente en nuestros días. Quizá porque el gusto por el sufrimiento es algo inherente al ser humano. De cualquier forma, resulta sorprendente la proliferación del mensaje “Ponte a prueba. SUPERA TUS LÍMITES”. La traducción vendría a ser algo así como un poco de masoquismo a cambio de gloria. La gloria personal. Se trata de un lema omnipresente en el mundo del deporte. De ahí que cada vez se hayan vuelto más frecuentes las imágenes de maratonistas que llegan desfondados a la línea de meta tras más de cuarenta y dos kilómetros –incluso  deslomados y a cuatro patas, lo que refuerza aún más su estampa de penitentes–. Cuando se nos “obsequia” con estas apoteósicas escenas, uno se plantea si realmente esos súper atletas se están haciendo un favor. Yo creo que más bien al contrario, pues una actividad encaminada, en teoría, al beneficio del organismo termina consiguiendo un efecto adverso: forzar temerariamente la maquinaria. Sirva como ilustración el siguiente principio físico: una sustancia elástica (como las fibras musculares) se rompe cuando se rebasa su punto máximo de elongación. Bien, ya ven el peligro de los extremos.

Hace unos meses hablé en otro de mis artículos (“La broma infinita”, 21 de julio de 2019) acerca de la filosofía del Mr. Wonderful y de los riesgos que entraña. De esta neocorriente de pensamiento es hijo el eslogan anterior, así como su impertinente hermano “prohibido rendirse”, al que además se le ha unido un sustantivo de nuevo cuño en la lengua española, resiliencia (del inglés resilience, que a su vez lo tomó del latín). Así, la suma de la exhortación a desafiar los límites de uno mismo y la negativa a la claudicación ha acabado por infectar la mentalidad de sus destinatarios. Estamos cayendo en el error de confundir el orgullo con la flagelación. Un poco de amor propio y el afán de superarse a uno mismo nunca fueron dañinos, pero pueden resultar siéndolo si el proceso pone en jaque la salud individual –y, por extensión, la colectiva–. Opino que uno debe ser muy consciente de sus limitaciones y aceptarlas (con o sin resignación, eso ya depende de las creencias). No defiendo la pasividad, pero tampoco la ilusa fantasía. Y, si para obtener el récord mundial de maratón, Iron Man o lo que se precie debo dejarme medio cuerpo en el recorrido, qué quieren que les diga pero yo con la salud no juego.

Obviamente, la vida no es un camino de rosas, pero tampoco un via crucis. Por mi parte, me opongo a esta moderna corrupción del placer. El deporte es necesario y beneficioso, pero en su justa medida. Con este tipo de “bombas” psicológicas, se produce una inversión del Mens sana in corpore sano, ya que al final el cuerpo solo se encontrará sano si la mente que lo controla es capaz de calibrar. No confundamos la medalla al mérito con la medalla a la insensatez y recobremos la cordura, que para algo Jesús ya pasó por el Calvario. No creo que haga falta una segunda vez para nosotros, ¡pobres pecadores!

Sociego,
Salamanca, 27 octubre de 2019



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