Este domingo me van a permitir que les presente tres escenas que parece que no tienen mucho que ver entre sí, pero que en realidad han brotado de la misma raíz.
La primera de ellas nos lleva a los Estados Unidos, “la gloriosa nación escogida por Dios”. Estos últimos días el presidente Trump ha sido noticia (para variar) por el impeachment que miembros del Partido Demócrata preparan en su contra. El motivo –porque hasta con Trump hacen falta motivos– es que mister Donald habría extorsionado a su homólogo ucraniano, Zelenski (de quien ya hablé recientemente), para que investigase los negocios que Joe Biden, favorito para disputar a Trump la presidencia en las próximas elecciones de 2020, y su hijo, Hunter, mantenían en Kiev. En otras palabras, que destapase sus posibles trapos sucios para desacreditarlo de cara a los votantes. Cabe mencionar que no es la primera vez que el flequillo más célebre de América busca la intromisión de otro país para alterar la situación política del suyo. Recuerden sus contactos con los rusos –ruskies, para sus enemigos del dólar– durante la campaña para las pasadas elecciones de 2016, que lo acabaron sentando en el sillón del Despacho Oval.
Hablando de investigaciones, nuestra segunda escena se desarrolla en tierras de la Union Jack –esa bandera que tantas similitudes guarda con la ikurriña y de la que los vascos acusan a los británicos de haber copiado. Les invito a indagar sobre quién llegó primero–. Parece que, según noticias de última hora, a mister Johnson también le van a abrir expediente por echarle una “manita” de 125000 euros a una colega y paisana de Trump, la “emprendedora” (otra más para el club) Jennifer Arcuri. La cuestión es saber de dónde viene esa “propinilla”, teniendo en cuenta que por aquel entonces Johnson era el alcalde de Londres. Intrigante cuando menos, ya ven. Pero lo que me interesa destacar de esta escena no son los desagües de los fondos públicos londinenses, sino lo que se encuentra a la vista. Y es que no hay algo más visible y vistoso que las sesiones del Parlamento británico. Desafortunadamente, ya saben que el benefactor de Arcuri, actual Prime Minister, decidió suspender las sesiones hasta el 15 de octubre. Sin embargo, estas hubieron de reanudarse el pasado miércoles 24 por decreto de la Corte Suprema del Reino Unido. Y de qué manera se volvió al ruedo. Echando mano de una oratoria acerada y agresiva, Johnson se desquitó contra todos aquellos que desaprueban la manera en la que está gestionando el brexit. Por todo lo anterior, no es de extrañar que laboristas e independentistas estén considerando la opción de lanzar una moción de censura. De nuevo la sombra de la destitución, como en EE.UU.
Nuestro pequeño tour finaliza en España. Como ya saben, habrá nuevas elecciones generales. La fecha señalada es el 10 de noviembre (10-N, por si les gusta que suene a atentado terrorista). Hay muchas razones que explican la repetición electoral, pero una de las más significativas es la ruptura de las negociaciones entre el PSOE y Unidas Podemos. La actitud soberbia y caprichosa, incluso infantil, de sus respectivos líderes nos ha abocado a la reapertura de urnas. Dentro de todo este panorama, hay algo que me llama mucho la atención. Recuerdo a Sánchez repetir a lo largo de la pasada campaña una incesante diatriba: “hagamos una gigantesca moción de censura a la corrupción” (o algo así). Resulta curioso que siendo presidente gracias a otra moción de censura haya desdeñado la que lo podía haber mantenido en el poder para otros cuatro años. Sobra decir que esta última es completamente metafórica. Aun con ello, fíjense en el término moción de censura. Encierra algo negativo, algo que ha de realizarse para deponer a alguien, igual que un impeachment –o “impugnación”, si lo prefieren– o una cesación.
Ahora que ya disponen del fresco entero, me gustaría que se quedasen con los siguientes mensajes: por un lado, que cuando se critica algo ajeno con gran insistencia, puede que delate su propia presencia en aquel que lo critica; por otro, un viejo lema, United we stand, divided we fall. Es decir, más construcción y menos destrucción. ¿Cómo detener si no el cambio climático, la fragmentación de Europa o la despoblación rural?
Sociego,
Burgos, 29 de septiembre de 2019
Comentarios
Publicar un comentario