CUANDO ELLOS LO QUEMEN

I went out on the balcony in the middle of the night 
I went out on the balcony to clear my head 
I was burning up in my queen-sized bed 
Meanwhile I feel like I'm drowning 
(versión libre de “Hollywood Perfume”, The Pretenders) 

Lleva días con ese sueño. Por eso, ha decidido que no puede soportarlo más y acude a su psiquiatra. Cuando llega a la consulta, se saludan con un efusivo abrazo (se conocen desde los diecisiete y ahora rondan la cincuentena). El anfitrión lhace pasar a través del amplio recibidor hasta la sala del diván. El marco con su diploma de licenciatura resplandece por la intensa luz filtrada a través de los postigos. Tiene el televisor encendido (le ha comentado que ha estado paseando por el jardín) y en el enchufe de detrás, el cargador del móvil huérfano. Los muebles permanecen tal y como los recordaba. A continuación, le invita a reclinarse. 
  •     — Cuéntame, soy todo oídos. 
  • — Mira, hacía tiempo que no pasaba por aquí, gracias a Dios. Pero últimamente me persigue un sueño que me intranquiliza. 
  • — Bueno, yo me levanto creyendo que no me sale el veintiuno en el blackjack, hasta que miro la cuenta corriente y se me pasa lo observa buscando su risa cómpliceVenga, ahora en serio, ¿qué te ocurre? 
  • — ¿Tú te acuerdas de mis vacaciones en las Seychelles este verano? espera y el otro asienteBien, pues no paro de tener visiones sobre ese viaje. Me veo en una playa y… oye, ¿aquí no hace demasiado calor? 
  • — Sí. Ya te digo que he estado en el jardín y justo acababa de entrar cuando me has llamado. Voy a abrir un poco… 
   Se levanta del sillón y deja la ventana entreabierta. Vuelve a su sitio y se sienta, pero resopla. Qué bochorno tan molestoEcha mano del mando del aparato, aprieta el botón y empieza a circular el aire acondicionado. Mejor así. 

  • — A ver, ¿por dónde iba? Ah, sí. La playa… pues eso, que estoy allí, repantigado en la tumbona y medio adormilado por el solito (y por los dos mojitos que me he pimplado) el galeno le devuelve una sonrisitaEnfrente de mí hay unos chavales jugando con la arena en la orilla del mar. Se ríen mucho. Entonces, se me cierran los ojos y de repente me encuentro en un lugar parecido al de las películas de John Ford. Solo que el suelo está agrietado y siento la boca muy reseca. Avanzo unos pasos y se me cruzan unos cacharros que son como carros de combate con enormes sifones de agua. En una de esas, un conductor me dice que suba y me lleva a una especie de fortín. Allí no hay más que viejos con la mirada perdida y madres dándole el pecho a sus hijos. No se oye gran cosa, lo que más escucho por las calles son predicadores y camellos del agua: “los precios se han inflado, los precios se han inflado…” y “tus botas por esta botella llena”. Y entonces me la pone enfrente de la cara y empieza a agitar el líquido de dentro. 
  • — Aparece Mel Gibson y sale un letreroMAD MAXA mí también me gusta la ciencia ficción.  

      El paciente arquea las cejas y prosigue. 
  • — ¿Me quieres tomar en serio? No hay títulos de crédito, porque lo siguiente que recuerdo son muchas gotas sobre mis párpados. Me incorporo, los niños se han refugiado bajo una choza (se los ve decepcionados, lo estaban disfrutando) levanto la vista al cielo. ¡Dios, cómo cae! Corro a meterme bajo un chiringuito con la arena cayéndome de la pechera. Un poco lamentable se hace el silencio. 
  • — ¿Y? ¿Ya está? 
  • — Sí, eso es todo. Es que no sé, es muy extraño. El cielo está más gris que el del spleen de Baudelaire y curiosamente, justo antes de la lluvia torrencial, estoy en un mundo a lo Mad Max. 
  • — CalmaNo es más que una alteraciónrecurrentedelaconciencia  —lo pronuncia así, seguido, como el que suelta la mentira más gorda. Suele suceder cuando uno ha hecho algo de lo que se siente culpable.  
  • — Ni que fuera Jeffrey Dahmer, joder. Vale, alguna vez he cogido el coche después de las copas y el collar que le compré a mi mujer por nuestro aniversario era de imitación (andaba algo tieso de dinero, aunque ya me he recuperado). Pero, salvo eso, no sé qué me puede pesarA veces también me riñe por dejar correr el grifo, pero es que sin agua caliente no me puedo duchar. Eso no cuenta, ¿verdad? 
  • — Depende. ¿Alguna vez has sentido la tentación de quemar cosas? 
  • — Vamos, no fastidies. ¿A qué viene eso? 
  • — No sé. Se me ha ocurrido así, sin más. Voy a planteártela de otra manera: ¿alguna vez has sentido la tentación de quemar dinero? 
  • — Bueno, je, je. El mío no, desde luego, pero tal vez sí el de otros. Si me pisan la cabeza, yo se la aplasto. 
  • — No me extraña, dímelo a mí. Pues entonces tu caso no me preocupa. Mientras siga siendo el ajeno, no hay problema. Lo raro sería si tuvieras el impulso de quemar el tuyo 
  • — ¿Bromeas? ¿Cómo iba a quemar mi dinero? 
  • — Menos mal. El planeta seguirá girando hasta que a la gente como nosotros le dé por quemar su propio dinero. Entonces, el día en que hasta ellos lo hagan, podremos asistir al Apocalipsis. Mientras tanto, respiremos tranquilos. 
  • — Claro que sí, joder. Respiremos tranquilos… 

Empiezan a toser. Afuera, en la calle, unos feos nubarrones ocultan la luz solar. Ya no hace tanto calor. 

Comentarios