Hace ya unos años, se plantó la simiente en el tiesto. Durante todo ese tiempo, esta creció, cada vez más fuerte, cada vez más vigorosa. Llegará un momento en el que la nueva planta deba salirse del tiesto donde brotó. Ley de vida. Pero antes de que eso suceda, dejemos las cosas claras y la tierra bien apelmazada.
Se dice que las madres lo saben todo; quizá porque la conciencia de los hijos ha sido contenida por la de las madres. De este modo, estas se vuelven una presencia que no acaba de abandonar los más remotos recovecos de nuestro propio subconsciente, como un policía, como un detective o hasta como un paparazzi. Yo, en cambio,prefiero pensar que se trata más bien de un guardaespaldas o un ángel custodio –a falta de ángeles de la guarda–. Una madre, además, es como una jardinera que riega su planta desde que es semilla hasta los apéndices de sus ramas. También es capaz de llevar a cabo el trabajo más desagradable, enderezar el tronco cuando este se tuerce demasiado. Una labor “fea”, pero necesaria, pues todo crecimiento comporta clavos a lo largo del camino. (“Soy tu madre, para lo bueno y para lo malo”).
Porque hasta en las sendas más trilladas han hollado las huellas de una madre, mi madre. Ella, proveedora de lo más prosaico y guardiana eterna de la intendencia (territorio en el que andaría muy perdido a menudo si no fuera por la ayuda de su mapa y brújula). El ser humano es cuerpo y alma. Por eso, mi madre honra la expresión almamater, pues no solo me ha alimentado –y me alimenta– físicamente, sino también en espíritu. Es inevitable que algo se nos contagie a los hijos de la entidad de esa eterna guardiana de nuestras conciencias. Mi guardiana ha sido un lucero entre tanta oscuridad. Ojalá haya heredado algo de su don para arrojar saetas de asta firme, hierro ácido y punta afilada con el arte del mejor Cupido; pero una Cupido sincera, franca y a campo abierto (los puñales por la espalda no van con ella). Pocos armonizan como ella la pasión –la cólera– con la más aguda razón, aunando la llama de sus más viscerales pulsiones con la contundencia de lo más lúcido de su juicio. Puro fuego, pura agua: perfecto exponente de la reconciliación entre Tales de Mileto y Heráclito de Éfeso. Musa de la crítica y perpetua filósofa. Tiemble el aristotélico cuando actualiza su potencia al máximo.
Siempre justiciera, siempre abogada del cambio. Aun abocada a vivir en lo trivial del día a día, como todos nosotros, nunca renuncia a sus ideales. Yo sé que anhela un mundo mucho más justo, donde se asaeteen las iniquidades del deshonesto y se arranquen las caretas de los embusteros. Una tarea ardua, sin duda, pero mucho menos utópica con almas como la suya –superheroína de casa–.
Aunque la siembra ya está hecha, todavía hay mucho por recoger. Diecinueve años llevo nutriéndome de la savia materna, cada día más fuerte, cada día más vigorosa. Y arriba, siempre arriba, hacia lo más alto. Porque el nuevo tronco nunca podrá continuar su ascensión sin el soporte de ese otro tronco común, con el que a pesar de todo comparte y compartirá arraigo. Si no, probablemente habría salido torcido. Sus cuidados han dado sus frutos. ¡Gracias, mamá!
Sociego,
Burgos, 13 de enero de 2020
Comentarios
Publicar un comentario