EL PRECIO DE LA MENTIRA

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Hace unos días vi en el cine la nueva película del prolífico Clint Eastwood, Richard Jewell. Cuenta la historia de un guardia de seguridad que detecta una bomba en el Centennial Olympic Park en plena celebración de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Aunque no pudo evitar muertes, sí redujo los efectos de la explosión logrando evacuar a gran parte de los presentes. Lo interesante del personaje –y la materia prima de la que ha partido Eastwood para su cinta– es su perfil psicológico: un hombre apocado, algo amanerado, noblote y lastrado por su gordura. Ello, sumado a su inquebrantable código ético y su pospuesta emancipación (a sus treinta y tantos, aún no ha abandonado el “nido”), despierta las suspicacias del FBI en torno a su culpabilidad en el atentado. La notoriedad y el impacto que causa semejante acontecimiento lleva a la policía federal a pensar que podría tratarse de una manera de coronarse a sí mismo como héroe, erigiéndose como salvador de su propio delito. Sin ánimo de destripar demasiado, solo diré que estas sospechas surgen a partir de una filtración de una fuente fiable que, seducida por la pluma (y las plumas) de una periodista, da pábulo a lo más abyecto del sensacionalismo, siempre ávido de carnaza (que no de la verdad). 

Así, los medios, los mismos que habían exaltado previamente la figura de Jewell, ahora la denostan hasta empantanarlo en una investigación kafkiana, presidida por la ceguera del FBI. El acoso permanente al domicilio de la familia, donde el protagonista vive con su madre (interpretada por Kathy Bates, nominada al Óscar por mejor actriz secundaria), revela la falta de escrúpulos tanto de las autoridades como de la prensa. Fuerzas de la ley que buscan un culpable a toda costa, aunque ello suponga una injusticia, y reporteros a la caza de una jugosa exclusiva comparten presa y se dedican a avasallarla bajo inspecciones, interrogatorios, grabaciones y destellos de flashes. Frente a ellos, un incólume abogado, amigo de Richard, que parece que es el único capaz de mantenerse en su “centro de gravedad”, como diría Franco Battiato. Y es que Watson Bryant, que así es como se llama el jurista, ejerce para los Jewell de dique de contención ante las embestidas de las fieras, persuadiendo al acusado de negarse a conceder cualquier tipo de información; quien si no, de lo contrario, accedería a todos los deseos del cuerpo policial. Es significativa la escena de la declaración del acusado tras una conversación en el despacho de uno de los federales encargados de la investigación, en la que le suelta algo así: “miro el logo circular y pensaba que era lo máximo a lo que se podía aspirar”. En efecto, tiene que suponer una completa decepción y un total desengaño comprobar cómo aquello que parecía tan sólido acaba sucumbiendo por el sacrificio de sus propios principios. 

No hay lugar para lo auténtico en el mundo que nos presenta la película. Todo resulta ser falso: las mentiras de los periodistas, las acusaciones del FBI –que ve un enemigo allá donde no existe–, la sociedad ingenua que cae en la trampa de confiar en la pura apariencia, dejándose llevar por la opinión de la mayoría; las ilusiones de la madre, que presencia desolada cómo aquellos que una vez entronizaron a su hijo ahora lo demonizan. Y eso es lo absurdo de la situación (y lo que me recuerda a los relatos de Kafka): la continua exposición y permanente vigilancia hacia Richard que, haga lo que haga, estará bajo la lupa. A medida que indagan sobre sus movimientos, van sacándole trapos sucios que, a pesar de todo, no definen su carácter. Esa sea tal vez la gran paradoja de un hombre con vocación de servicio público, ciudadano ejemplar y responsable, del que sin embargo se descubre que no ha pagado sus impuestos en los últimos años y que acaba siendo juzgado gratuitamente. Al final, uno se pregunta quién es el verdadero terrorista.  

Sociego, 
Burgos, 2 de febrero de 2020 

Comentarios

  1. Interesante reflexión, quizá podría dar pie a una sesión del ateneo. Sobre la película, excelente reseña, la pongo en mi lista de pendientes.

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