NARCISOS EN ECLOSIÓN

Eco y Narciso (William Waterhouse) - Wikipedia, la enciclopedia libre

Hace unas semanas, leía en El País Semanal una entrevista a la psiquiatra francesa Marie-France Hirigoyen. En ella, pasaba revista a algunos de los problemas más patentes de nuestra sociedad contemporánea, entre ellos, el narcisismo. Es más, llegaba a decir que es este uno de los males más frecuentes entre sus pacientes. Y es que creo que no somos del todo conscientes de que hoy en día lo difícil es no caer en algún momento en el narcisismo.

El historiador Yuval Noah Harari, en su brillante ensayo 21 lecciones para el siglo XXI (2018), defiende la tesis de que la dinámica del ser humano se basa, en esencia, en ficciones. No hay más que echar una ojeada a las estructuras sociopolíticas preponderantes a lo largo de nuestra historia para percatarse de que todo Estado democrático o no y credo fundamentan su poder en relatos compartidos. Y esto es válido tanto para cualquier país europeo o norteamericano como para cualquier comuna espiritual en Bután o en Myanmar. Hasta el poderoso caballero de Quevedo, “don Dinero”, no es más que una entidad ficticia materializada en piezas metálicas o de papel a las que hemos decidido otorgar un valor simbólico por consenso. No entro en valoraciones acerca del grado de fiabilidad de estas, pero resulta obvio que la práctica totalidad de nuestras vidas se rige y se regula por “bulos consensuados” (¿recuerdan?). Partiendo de esta idea, conviene rastrear los orígenes del narcisismo. Como ya sabrán, esta patología adopta su nombre del célebre mito de Narciso, personaje de la mitología clásica que sucumbió ante su propia imagen reflejada sobre la superficie de un lago (algo así como un Cristiano Ronaldo de la época). La propia noción de mito remite al concepto de ficción. Seguro que más de uno recuerda ese lema con el que martirizan a los alumnos en las clases de Filosofía: “del mito al logos”. Así pues, dicho de manera prosaica, un mito es una película que uno se inventa y se cuenta a sí mismo para encontrar un sentido a todo aquello que sucede a su alrededor. Harari habla de que los tentáculos de la globalización son inmensos y que, ante la enorme complejidad y diversidad del mundo, resulta misión casi imposible hallar respuestas explicativas del funcionamiento del planeta. Algunos optan por “quedarse en el pueblo” y apadrinan un nacionalismo, otros, en cambio, se resignan y aceptan su propia ignorancia socrática. Y en este punto surge una cuestión esencial y, a la par, grave problema que atormenta a muchos individuos hoy en día: la búsqueda de una identidad personal.

En este sentido, las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram, etc.) juegan un destacado papel. Estas, pues, suponen una gran oportunidad de mostrar al exterior una imagen propia a través de minúsculos retazos de nuestra existencia. Todo aquello que colgamos en nuestros perfiles no es más que una selección muy minuciosa de un lienzo mucho más vasto. Esto comporta algo mucho más trascendente: la democratización de nuestras ficciones. Antaño, resultaba muy difícil darse a conocer ante una persona de Wisconsin, de Lausana o de Cotonou, por ejemplo, pero hoy disponemos de la opción de hacerlo. Así, las redes sociales son los nuevos álbumes de fotos, salidos del cajón del armario del salón y expuestos a la vista de muchas más conciencias. Por eso, no es de extrañar que el narcisismo prolifere, pues constituye una respuesta fácil ante la impotencia de forjar una identidad dentro de una realidad tan cambiante e inabarcable. Es más, no creo que ni siquiera los peces gordos del Grupo Bilderberg sean capaces de mover todos los hilos de este gran decorado. Hirigoyen decía en la entrevista que antes era la neurosis y ahora, el narcisismo en mi opinión, sobrealimentado por las posibilidades de difusión de nuestras ficciones más íntimas que reportan las redes. Al final, se trata de una competición por ver quién cuenta la mejor historia.

Afirmaba Oscar Wilde algo así como que amarse a uno mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida. Harari, en cambio, cree que la identidad es un flujo caótico de emociones y que lo único que podemos controlar es si respiramos o no muy influido, todo hay que decirlo, por un “cursillo” de meditación Vipassana. Ustedes verán qué versión les gusta más. Solo permítanme advertirles de algo: necesitamos las ficciones, pero no como sustento, sino como complemento. Ahora inspiren hondo y vayan soltando el aire poco a poco.

Sociego,
Burgos, 12 de abril de 2020 (annus horribilis)

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