SUSPICACIAS INNECESARIAS

Auriculares bajo el pelo y códigos con sugus: profesores nos ...

La semana pasada, la reciente publicación de El método Bunbury, un trabajo académico del profesor universitario Fernando del Val ha suscitado un debate: ¿plagio o referencia? Según parece, se reprocha a Bunbury su «apropiación» de versos de otros poetas (Arrabal, Blas de Otero, etc.) para crear sus propias letras. A partir de los ejemplos expuestos, podría alegarse en efecto que en algunos casos Bunbury roza el plagio. En este sentido, podríamos iniciar un debate acerca de esa fina línea entre la alusión y la referencia —de acuerdo con la terminología de Genette, uno de los teóricos literarios que más estudió el tema—, pero creo que no llegaríamos a ningún lado. Aguas resbaladizas.

A pesar de ello, creo que lo «grave» del asunto —ya ven que toda comilla es insuficiente— no es tanto el método de Bunbury, parafraseando el título, sino el hecho de que existan individuos dedicados a pasar el antiplagio por todo aquello que les cae en las manos para después publicarlo. Ignoro qué propósito albergaba el señor del Val. No sé si buscaba la notoriedad pública, lucro a costa de una denuncia camuflada como trabajo académico o una conjunción de ambos. De cualquier forma, tampoco importa demasiado. Todo creador —y, en este punto, creo que hablo con conocimiento de causa— se basa en algo previo para presentar algo nuevo. Es muy difícil, por no hablar de imposibles, crear a partir de la nada. Incluso lo más innovador en lo que podamos pensar surge a partir de una anécdota, una frase o un gesto que más tarde relacionamos con nuestro «archivo» particular, y, finalmente, voilà. Convendría que desterrásemos de nuestras mentes la noción de inspiración —el famoso tópico de las musas—. Ni siquiera Homero, el primer poeta de Occidente, concibió su Ilíada y su Odisea de la nada. Las creaciones de la humanidad (un poema, un cuento, una novela, un cuadro, una canción, etc.) son pequeños peldaños de una gran escalera. Uno se apoya en otro para esbozarse a sí mismo (en lo de «¿y adónde se dirige esa escalera?» ya no entro). Así pues, no hay nada de reprobatorio en la práctica de la referencia.

Concretamente, de lo que se acusa a Bunbury es de no acreditar esas referencias. ¿Acaso debe hacerlo? Otros tantos músicos tampoco lo han hecho en sus canciones. Es el caso de Leonard Cohen, Bob Dylan o Shakira, por ejemplo. Tal vez la dimensión del texto referenciado/¿plagiado? sea algo excesiva, pero, tras haber escuchado esas canciones, mi sensación es que en conjunto son algo completamente personal. No veo entonces cuál es el problema. Quizá el problema lo tenga este profesor, que, anclado en el pomposo mundo académico de las citas y las referencias, no es capaz de cambiar el chip. Más aún me sorprende que él mismo se declare fan de Bunbury desde la adolescencia, pues un fan no intentaría «derribar» la honestidad de sus ídolos. Yo al menos no me veo pasando el Turnitin a las letras de R.E.M. o de Morrissey, por ejemplo. Con esto, tampoco pretendo hacer apología de Bunbury, pero este debate me parece inoportuno y ridículo. Imagínense a Dylan incluyendo en una de sus últimas canciones la muletilla as Walt Whitman said, «I contain multitudes»; o al propio Bunbury, en cualquiera de esas canciones «marcadas», saliendo con lo siguiente: «en palabras de Benedetti, amanecí con los puños bien cerrados…». Creo que las citas hablan por sí solas, ¿verdad?

De nuevo volvemos a reavivar polémicas estériles. Salvo los dioses (para quienes crean en cualquiera de ellos), nadie crea ex nihilo. Ni Bunbury ni ningún otro artista tiene la obligación, a diferencia de los académicos e investigadores, de explicitar sus fuentes —repito, fuentes—. Porque todos nos apoyamos en los escalones inferiores, pero unos lo hacen para decir algo nuevo —investigadores— y otros para decir lo mismo de distinta forma —los artistas—. Como diría la Biblia (Juan 1, 1): «En el principio era el Verbo». Disfruten de él. Todo lo demás son suspicacias innecesarias.

 

Sociego,

Burgos, 28 de junio de 2020


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