¿TODO VALE?

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Uno de los temas que más me inquieta es el de la libertad de expresión. Durante los últimos años, debido en gran parte a la pujanza de las redes sociales, parece que se ha impuesto un «todo vale» demoledor. Y es que estas han establecido una nueva dimensión donde el concepto de libertad de expresión se ha llevado más allá de límites razonables. 

 

Desde tiempos remotos, los filósofos griegos ya distinguían entre el conocimiento válido, fruto del análisis y de la reflexión pausada –la episteme– y el conocimiento infundado, resultado de conclusiones precipitadas y de preconcepciones –la doxa–. La opinión es algo que todos tenemos pero que a casi nadie importa. No se engañen, una opinión no mueve el mundo (muchas en común quizá). Precisamente, la gran paradoja de nuestras sociedades democráticas es que exaltan algo que al mismo tiempo contribuyen en depauperar.  

 

En ese sentido, las redes sociales son una herramienta plenamente democrática, a priori. No pretendo demonizar una de sus grandes aportaciones: la posibilidad de estar en contacto con personas con puntos de vista y procedencias de lo más variopinto. Asimismo, la oportunidad de poder rebatir falsos argumentos, cuestionar la veracidad de cualquier noticia –en un periodismo en que últimamente y por desgracia prima la desinformación– o entrar en lúcidas exposiciones históricas o filosóficas supone, sin duda, un inestimable privilegio. Sin embargo, más allá de todo eso, la progresiva imposición del «todo vale» recuerda en cierto modo a la concepción de la degeneración político-cívica según aquellos griegos. Y es que la veneración al intelectual ha entrado en grave decadencia. La aristocracia –en este caso, al margen de las connotaciones casposas y clasistas del término– ha derivado en oclocracia. Hace unos meses, leí en El País una entrevista con el filósofo alemán Jürgen Habermas, uno de los últimos baluartes de la intelectualidad europea del XX, en la que justo se abordaba esta misma cuestión. El rasero que han impuesto las redes a través de los comentarios ha equiparado al intelectual con el necio. Lo preocupante no es tanto el desprestigio de la figura del pensador (que también) como el hecho de que el bocazas se envalentone creyendo estar a su altura. Porque el intelectual yerra, por supuesto, pero como mínimo merece respeto, pues se trata de alguien que previamente ha dudado –y mucho–. El necio, en cambio, yerra pero nunca duda. 

 

La intelectualidad además comportaba aptitud y constante predisposición hacia el debate. Hoy en día, sin embargo y salvo honrosas excepciones, el debate en redes se ha convertido en disputa, encono y enfrentamiento. Individuos de talante autoritario y pagados de sí mismos ponen todo en tela de juicio y creen hallarse por encima del bien y del mal, incapaces de admitir crítica alguna. Asimismo, su soberbia y su descaro generan opiniones infundadas (y en muchas ocasiones injustificadas) que después manadas de adocenados sin juicio crítico se limitan a repetir como una diatriba cancerosa. 

 

Por eso, creo que hoy más que nunca conviene reivindicar con denuedo el viejo lema del sapere aude. Y es que no podemos permitir que las sombras de las opiniones nos impidan atisbar la entrada de la caverna, iluminada por la lumbre de la Razón (así, en mayúsculas). Claro que la libertad de expresión es un derecho inalienable, que diría la Constitución estadounidense, ¿pero a qué precio? Porque si esa misma libertad de expresión otorga carta blanca para el autoritarismo y la zafiedad, quizá convenga establecer alguna regulación (que no restricción). El restablecimiento del crédito hacia los intelectuales supondría un buen punto de partida, por ejemplo. Y es que esto del «todo vale» demuestra que ciertas libertades acaban pagándose caras. 

  

 

Sociego, 

Burgos, 14 de junio de 2020 


Comentarios

  1. No sé por por qué pero hoy, al leer tu blog, mi mente saltaba de idea en idea sin que realmente en todos los casos pudiese enlazarlas con lo que leía.
    Una. Libertad de expresión, en la que algunos incluyen la libertad de insultar o difamar. Y esto me lleva a la imagen de nuestro congreso de diputados que ha derivado de un hemiciclo de debate útil a un circo de duelos de gallos personales sin rima y sin respeto.
    Dos.libertad de expresión en la que algunos incluyen la libertad de desinformación. Ahí están los bulos que, avalados por los Trump o los Bosé, los lectores y oyentes tragan.
    No sigo. Me extiendo demasiado. Ya hablaremos.

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