LA CRESTA Y EL VIEJO EN SU SIESTA

 

La madrugada del 29 de septiembre, es probable que usted encendiera la televisión y lo primero que pensara fue desde cuándo la tele emite rebuznos entre individuos con demencia senil. Claro que todo se le clarificó cuando se enteró de que estaba asistiendo a un debate presidencial.

Si uno acude al Diccionario de la lengua española y busca el término debatir, se encontrará con dos acepciones: «Dicho de dos o más personas: Discutir un tema con opiniones diferentes» y «Luchar o combatir». En principio, no parece muy apropiado que el objetivo de un debate entre aspirantes a la presidencia persiga que estos se salten las muelas o se arranquen los ojos. Así las cosas, la lógica dicta quedarse con la primera. Sin embargo, tanto Donald Trump como Joe Biden demostraron poseer una interpretación muy particular de esa acepción.

Acudieron para tratar acerca de problemas como la reforma de la Corte Suprema ―donde corren aguas turbulentas tras la muerte de la jueza progresista Ruth Baden-Ginsburg―, los estragos de este maldito virus en la economía nacional, la violencia policial en las calles ―un fuego avivado, entre otros, por el movimiento Black Lives Matter, un confuso popurrí de reivindicaciones, si les soy sincero― o la presunta «generosa» contribución fiscal del presidente Trump al erario estadounidense, unos exiguos setecientos cincuenta dólares. No obstante, los asuntos acabaron resultando mera anécdota. Así, los bloques temáticos resultaron ser una mera excusa para un aherrojado Trump, receloso del nivel intelectual de un Biden resignado, a veces incluso con actitud derrotista ―a pesar de la situación privilegiada en que lo sitúan los sondeos respecto de su rival―, cuya única respuesta ante sus deficiencias oratorias se basó en la constante interpelación al espectador, intentando congraciarse tanto con el bussinessman de Nueva York, con el profesor universitario de Massachussets, como, y sobre todo, con el ciudadano medio del Mid West, somewhere between Illinois and Wesconsin, repantingado en su sofá en camiseta de tirantes, probable consumidor de Budweiser y aficionado al béisbol (de lo más castizo, vaya). Y es que, por favorito que sea, Biden tampoco convence. Nada. «I am my party», llegó a decir, algo que sonó a Palpatine con su «I am the Senate» y que, por desgracia y a pesar de sus tintes autoritarios, es lo que ahora se lleva dentro de los grandes partidos.

Duele. Duele presenciar cómo dos individuos desastrados, obscenos hasta en el pelo, hacen de un debate, en teoría una buena oportunidad para la exposición y el contraste de ideas, una pelea de taberna entre un narcisista chillón y un autómata de manidas consignas partidistas al que de vez en cuando se le aflojaba la cuerda (solo faltaban el pianista, el barman y los revólveres para completar el decorado). Nunca fue tan necesario un moderador –en ocasiones, demasiado paciente, o permisivo, sobre todo con Trump―, que acabó pareciendo más un padre o un vigilante de patio escolar que el moderador de un debate entre dos candidatos a la presidencia de uno de los países más poderosos del mundo (no me atrevo a proclamar «el más», pues ya saben que China también pincha y corta, y mucho). Así, las constantes intervenciones de Chris Wallace, de la Fox News ―excesivas, por fuerza― evidenciaron una actitud deleznable por parte de ambos, una dialéctica pueril donde imperaba el «Tu quoque» y el reproche mutuo sobre la, a priori, esperable exposición madura y constructiva de las propuestas de uno y otro. De la «gran familia americana» ―el pueblo de los Estados Unidos, ese ente al que se espera que estos y otros personajes deberían servir, el que les faculta y patrocina indirectamente este incesante duelo de egos― a la familia de cada uno: que si tu hijo tal, que si tu mujer cual, etcétera. Si de algo estuvieron a la altura, fue tan solo de sus atriles, como si en sus brazos reposara todo su gigantesco ego. Un par de hombres elevados ―en todos los sentidos― hablando de lo que pasa en la calle, intentando (y solo intentándolo) brindar al público una falsa noción de seguridad: una triste reducción al Law & Order a un lado, y al Stop Racism al otro. Pistolas y palabras, servidoras de la implacabilidad y de la ideología disfrazada de huera retórica, respectivamente.

Me pregunto si fue eso lo que vio mister Wallace. O tal vez no. De cualquier modo, su expresión nos representaba a muchos. Si a usted también le inquieta, dígame: ¿quién más puede mediar en esto?

 

Sociego,

Burgos, 11 de noviembre de 2020


Comentarios

  1. Y si a ese debate, añades ahora el uso, o abuso, por parte de "Poil de carotte" (que me perdone Jules Renard) de su "curación" de la covid... pues que dios coja confesados a los americanos.

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