Las
palabras hieren, aturden, confunden, distorsionan realidades (pero también
sorprenden, revelan, conmueven y esperanzan). Escribo esto una semana después del
partido de Champions del 8 de diciembre entre el Paris Saint-Germain y el
Basaksehir, aplazado por un «caso de racismo», según pregonan unos cuantos medios.
A estas alturas, seguro que casi todos conocen el hecho. Ante las reiteradas
protestas de un miembro del equipo técnico del Basaksehir, el árbitro pregunta
al asistente rumano Coltescu a quién debe amonestar, a lo que este último
responde, refiriéndose al asistente técnico Pierre Webo: «al negro». Horror:
contorsión de rostros ―como una estampa expresionista― y manos a la cara.
Cualquiera diría que se trata de una puesta en escena colectiva del célebre
cuadro de Munch «El grito». Una palabra, cinco fonemas (en español), n-e-g-r-o,
y se desata el caos. Que si el tipo ese, el rumano, es un racista, que si tiene
que dejar el campo, que qué clase de problema tiene él con los negros. No conozco
personalmente a Coltescu, claro, pero francamente, no creo que sea un racista
―ni mucho menos un «gitano», como parece que anteriormente habían llamado
algunos miembros del banquillo del Basaksehir, Webo entre ellos, a Coltescu y
sus colegas―. No sé quién tiró la primera piedra. En cualquier caso, es normal
que uno se «caliente» durante un partido. Si lo hacen los aficionados, que a
fin de cuentas no se juegan nada, imagínense los del equipo, que son los que se
ganan el pan con ello. De todo esto se ha hecho una bola. No han faltado quienes,
encorajinados por cierta épica y cierto sentido de la «justicia» (¿de qué?
¿dónde está aquí la causa que defender?), se han lanzado a divulgar mensajes en
contra del racismo y todas esas iniciativas tan propiciadas por las redes
sociales, pues parece que así uno puede sentirse mucho mejor ciudadano, si no héroe
en la distancia. Tampoco los medios han faltado a la cita. Muchos de ellos, de forma
bastante sesgada (o directamente ignorante), han ofrecido una versión
incompleta de los hechos; no sé si al servicio de una determinada ideología o
qué. No sé a ustedes, pero a mí lo que me resulta preocupante es el contagio,
el trasvase de esos absurdos reduccionismos y esa tendencia a sacarlo todo histriónicamente
de quicio, que en prensa es inevitable, pero también vulgar. Más vomitivo aún
es que algunos de esos medios se apostaron en la terminal del aeropuerto de
Bucarest, destino de Coltescu tras el partido, para recriminarle no sé qué. No
lo compadezco, pues, como ya he dicho, no lo conozco, pero sí me parece un
tanto kafkiano que el hombre tenga que andar por ahí justificándose y aclarando
con qué sentido había empleado el término. El que es negro es negro, el que es
blanco, blanco. Por lo visto, de lo que se quejaban otros jugadores es de que
se hubiera referido a él como «el negro». Si uno observa el color de piel de
los que estaban en el banquillo, ve que Webo era el único negro. Parece lógico,
pues, que, si Coltescu ignoraba su nombre y viendo que era el único negro,
recurriera a esa palabra. La mayoría de nosotros habría hecho lo mismo, ¿o no?
Esta
misma semana a la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, se le llamó la atención por
primar la presencia de mujeres en su gabinete por encima de la de hombres. Discriminación
positiva, creo que lo llaman. Es como si de repente todas las mujeres, por
el mero hecho de serlo, se hubieran vuelto extremadamente competentes y
virtuosas. Tal vez se estén preguntando: «¿y ahora esto qué tiene que ver?».
Pues tiene que ver, ya lo creo. Y es
que, al igual que con el caso del negro Webo, todo parece haberse reducido a
una cuestión de apariencia, de fingida cordialidad y solidaridad ―una palabra
tan mal usada que acabará desvirtuada, si no lo está ya―, un voto de corrección
y beatitud moral que acaba por reducirlo todo a eso, a palabras, a apariencias
y, en definitiva, a mucho ruido y pocas nueces. Convenciones…puro cinismo.
Sociego,
Burgos,
20 de diciembre de 2020
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