UN (APACIBLE) ESTRADO FRENTE AL CAOS

El pasado miércoles 20 de enero se celebró la ceremonia de investidura del nuevo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. Sumando todos los discursos, me atrevería a afirmar que la palabra más repetida fue America. A los Estados Unidos, como a la gran mayoría de los países, siempre le ha preocupado la cuestión de la identidad, un constructo sobre la que aún no han llegado a ningún acuerdo. No me extraña: todo el conglomerado de identidades, religiones y creencias que se congregó en aquel estrado y sus aledaños da buena cuenta del melting pot que es la sociedad estadounidense.

Desde Kennedy, no había ocupado la Casa Blanca ningún presidente católico. Pero, más allá del dato, el nombramiento de Biden rompe con el estereotipo del WASP (literalmente, White Anglo-Saxon Protestant), perfil sociológico del ciudadano estadounidense medio y asociado a joyitas como el Ku-Kux-Klan o la Asociación Nacional del Rifle. La transgresión no pudo haber sido más significativa: ofició el sermón L.J. O´Donovan, padre espiritual y confesor de Mr. Biden. Cuellos inclinados, miradas bajas y sentidas, la mano al pecho, el silencio ―un imposible en las transitadas calles de Manhattan; en los garitos de Seattle; en las interestatales holladas por Camper, Volkswagen, Ford, Toyota; en las playas de California, invadidas por los dispersos gritos de los bañistas y de los vendedores de puestos a línea de costa; en las aparatosas manifestaciones del desnortado Black Lives Matter; en los cañones de los rifles y pistolas, amartillados por extremistas (pero también por aquellos que blindan sus hogares, desconfiados)―. Y ahí estaban: blancos, negros (dentro de estos, los Obama y la flamante nueva vicepresidenta, Kamala Harris), católicos, protestantes, hispanos (de hecho, la jueza Montemayor juró el cargo a Harris), etc. Y es que tenga uno mayor o menor fervor religioso, es reconfortante ver al anterior vicepresidente, Mike Pence, prototipo de WASP; a la mujer de Biden, Jill; o a la propia Harris ―ambas baptistas― escuchando respetuosamente y (quizá) sintiendo las palabras de Donovan (¡un papista!). Ya sé que es puro protocolo, pero en ningún momento tuve la impresión de que fuera todo fingimiento. Por ahí se empieza a cerrar brechas.

En este sentido, habrá quienes digan que el discurso de Biden sonó un tanto curilla o meapilas. Francamente, con toda la exaltación, el veneno, la bilis, el resentimiento y la vomitona verbal de un ser cuyo abultado pecho debe de ser una manifestación más de su inmenso ego cualquier homilía es bienvenida. Por lo menos, se vio al nuevo Commander In Chief mucho más conciliador, más templado y tratando de rebajar con los gestos de sus manos ―arcos descendentes suaves― lo que aquel índice y pulgar inquietos, exhibicionistas, habían removido. Aún no sabemos si cuenta con el carácter suficiente para liderar semejante país ―a juzgar por su desempeño en los debates, no parece precisamente hombre de verbo rápido y enérgico―, pero de la tempestad a la calma no se pasa bruscamente.

A pesar de todo, es probable ―más que probable― que quien corte el bacalao, si me permiten la expresión, no sea él. Puede que tampoco Kamala. No nos chupamos el dedo; sabemos que los Dorsey, Cook, Zuckerberg, Bezos y cía. tienen más de un tentáculo, pero si por lo menos el gabinete presidencial cumple con sus promesas ―regresar a acuerdos con la UE (que, aunque imperfecta, ha demostrado que nos habríamos caído con todo el equipo sin ella), volver a comprometerse en la lucha contra el cambio climático (me temo que estamos abocados al desastre, aunque eso no es excusa para desistir) y, por qué no, habilitar un cubículo de arena para que todos esos supremacistas, conspiranoicos agresivos y demás ralea tengan dónde remozarse. Pobres, no les quitemos sus juguetes― tal vez el panorama sea un poquito menos desolador. También espero (algo inocentemente, reconozco) que «meta mano» en la ventana de Overton y logre así sustituir algunos temas completamente baladís para los tiempos actuales por conflictos mucho más acuciantes como el ya citado cambio climático o el preocupante adelgazamiento de la clase media ―estadounidense y mundial―.

«Cuánto pide este», se preguntarán. Seguramente no cumpla ni con la mitad ―en política, todos llegan cargados de promesas y enseguida se empantanan―. Y es que, como dirían los Rolling, «no siempre puedes tener lo que quieres». Cierto. Aun así, ojalá que las divergencias se redujeran tan solo a eso, a un puñado de individuos de diverso pelaje en busca de la trascendencia (y ya no hablamos de democracia, sino de fraternidad y tolerancia). No creo que sean ideales ni utopías. Tan solo respeto. Me despido parafraseando a Biden ―que a su vez parafraseó la Biblia, de la que si aplicásemos algunos de sus consejos, consejos que no doctrinas, quizá a todos nos iría mucho mejor―: «el llanto puede durar toda una noche, pero la dicha acudirá por la mañana. Pasaremos esto juntos». Ojalá que todos los políticos y también los ciudadanos tomen nota.

 

Sociego,

Salamanca, 24 de enero de 2021



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