No hace mucho descubrí, por
casualidad, que hubo un virus «fantasma» entre la ya citadísima influenza del
18 y la pandemia que todavía nos ocupa. Según los datos, este virus, de
carácter global, causó entre una y cuatro millones de muertes ―no tanto como la
del 18, que fue terrible, y algo menos que lo que lleva el COVID―. Ya antes se
había dado otra pandemia de gripe en el 57, solo que no tuvo tanto impacto. Se
ha venido repitiendo a lo largo de los últimos meses que las pandemias no
entienden de fronteras. No sé. Quiero pensar que no, pero llama la atención que
aún con las heridas purulentas de la guerra, culminadas con la rendición de
Berlín y los dos «petardazos», fueran Alemania y Japón dos de los más afectados.
Todo se originó en Hong Kong, según parece, y se expandió por vía aérea ―en
todos los sentidos, pues se habla de él como el primer virus propagado a través
de los vuelos comerciales―. A los Estados Unidos, por ejemplo, lo introdujeron
unos soldados procedentes del Vietnam. A pesar de todo, algo más de medio año
después, en enero de 1969, salió la vacuna.
Si antes me he referido a él como virus fantasma es porque apenas se le dio cobertura mediática. Claro, hagan memoria. 1968. La Gloriosa Nación está enfrentada con el «Diablo Rojo». Envían hombres a los cráteres, envían hombres a las selvas asiáticas. Mientras Armstrong & co. anticipan sus pisadas sobre suelo lunar los otros de las selvas desearían poder desplazarse levitando ―allí las pisadas no se anticipan, sino que van precedidas de rezos y fugaces y constantes reposiciones mentales de episodios de vidas―. En territorio nacional, unos cuantos jóvenes (y algunos mayores) protestan: la psicodelia, ponches de ácido lisérgico, love, peace y un poquito de rock. En medio de las dos olas, un puñado nada desdeñable de hippies se dan cita en agosto del 69 en Woodstock. Afortunadamente, parece que la incidencia no fue mucha (la segunda ola comenzó en noviembre); y es que yo creo que los acordes de la guitarra de Jimi Hendrix los hicieron a todos inmunes. Pero a lo que íbamos: estaban pasando demasiadas cosas «jugosas» como para dar excesiva cobertura al tema de la pandemia. La verdad es que un titular del Apollo XI o las protestas civiles por la guerra daban mucho más juego que una pandemia de Hong Kong, donde el diablo rojo campaba a sus anchas; «la gripe de Mao», se la llegó a llamar, ¿les suena de algo esta actitud? En 2020, nos tocó el COVID, primero minimizado (incluso ridiculizado en algunos casos, me atrevería a decir) y más tarde impuesto como monotema hasta hace poco por unos medios mecidos al reflujo de los hechos. El historiador médico Mark Honigsbaum en un artículo para la revista The Lancet refiere, un tanto inocentemente, que el motivo por el que apenas se habló de ese virus de Hong Kong no fue que estaban ocurriendo demasiadas cosas a la vez, sino que no se quiso alarmar en exceso a la población. ¿Cómo se puede tener la inocencia de afirmar eso?
A
veces, uno no puede evitar pensar que nuestra relación con los medios es tóxica.
No se puede negar que ellos son nuestro principal caudal de información sobre
el exterior, sobre la realidad operatoria. Hay quienes dicen vivir totalmente
desconectados del exterior, y eso incluye apagón de radios, televisiones,
ordenadores, redes sociales. No sé: ¿creen que es posible desenvolverse
satisfactoriamente con el medio sin ningún tipo de información «oficial»?
Supongo que sí. Lo que pasa es que casi todo nos llega con un sesgo, hasta el
punto de que llegamos a asimilar la realidad como una realidad mediatizada. Imagínense
qué habría sido de la población sin noticias del virus cuando el problema ya
era demasiado acuciante como para seguir obviándolo. (No obstante, conviene
recordar que, no mucho antes, la estrella de la función era el movimiento del 8
de marzo). Ahora toca hablar (y hablamos) del virus porque nos afecta a todos, porque
es de lo que hablan los medios continuamente. Hace unos meses, era el monotema;
ahora vuelve el estribillo de la política ―primero, las elecciones
estadounidenses y ahora, las catalanas―. Ni que esto fuera una sinfonía en
contrapunto… De todos modos, uno ya empieza a estar cansado. Mientras sigamos
siendo cautos y respetuosos con las medidas, ¿por qué permitir que el tema del
virus se cuele una y otra vez en nuestras conversaciones?
Quizá
ya sean paranoias personales (sin llegar al extremo de los conspiranoicos,
ojo), pero de vez en cuando uno tiene la sensación de que no todo lo que dice
lo dice por boca propia, como si fuéramos los muñecos de una caterva de
ventrílocuos que en 1969 juzgaron que estaban ocurriendo demasiadas cosas como
para derrochar tinta hablando de ese virus de Hong Kong y ahora, desde 2020, nos
conminan al horror silencioso y resignado porque vieron que la cosa era seria (esperemos
que acabe pronto). Pero bueno, parece que es así como funciona el mundo…
Sociego,
Burgos,
14 de febrero de 2021
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