English version:
These days, the invasion of Ukraine has relived old Cold
War ghosts (“We are on the eve of destruction”, “Third World War is near”). Meanwhile,
day by day, Russia advances unstoppably.
Progress in artistic creation is tough, slow, and defiant
(I can vouch for it). A laboratory launches a new vaccine, a physicist formulates,
often by chance finding, a new principle which soon permeate society, promptly operational.
Meanwhile, and unlike these quick impacts, the artist believes himself to be
finally going ahead after months of conception and hesitation, and then, once
again, doubt and with it, rectification, the inconvenience that every acceptable
execution invariably demands. At last, once all these hindrances have been
overcome, he publishes his work and finds it reduced to the shot of
empathic identification, mixed with intellectual pleasure and sensory
stimulation. In the best of cases, these irradiations might strike its recipients
up to arising within them the impulse, the imperious need to create, to express
themselves. Art for art ´s sake, nothing more nothing less. Unfortunately, its
effects are like those of a pencil trying to pierce an armor. They will neither
damage your cheek, neither blow off your ear neither melt your eyes nor skin
you; their physical imprint is inane. They will not change —much less thwart—
your life. A tot bursts into the playroom and, as committedly and passionately as
you had erected your model, laughs unpunished after having knocked it down. And
then comes rebuilding: the wailing and the despair to retrieve the missing pieces.
Creation is so weak.
On top of that, destruction is not lacking in
predicament. Just look around: folks are in awe with it, here and there talking
about videos of epic blows, powerful modern weapons, games entirely based on
whacking the opponent; to top it all off, they chant and praise the
gracefulness of the killer precision and extol the mastery of striking the
blow. Our David and our Chinese vases are their Sparrow missiles and their
M1895 Colt-Browning. Of course, we have all experienced —and relished; no
shame— the primitiveness of those outbursts, cheap and easy enjoyments that occasionally
pervade us, crumbs with which we appease our brain after any exhausting mental task.
Primitivism is at our thresholds: competition within a game, furious ingestions
of cheap food, weightlifting in the privacy of our bedroom. Since it is always
there, lurking, what is to be feared is not that primitivism, but this permanent
coexistence with the primal. Are we in need of more? Really? As though we had
not had enough...
Our lives are short and full of tediously long moments.
Leisure time, though, can be used in so manifold ways. Some despicable ones
decide to spare it getting around and playing the yard bully. For I assume you
all know History, I will spare you some honorable mentions. Yet what infuriates
me is why we are to share ground with these bullies. Nobody has invited them.
They have not turned out to be who they did claim to be. It is unfair. And who
is going to overthrow them? They take over the ground, proclaim themselves as
its new and lifelong owners, and believe themselves to be indestructible just cause
they know about people´s inability to oppose them. I am hungry, I am
voracious. Art, research, what an useless frolic, what a waste of time, inconvenient
delays… No, what is to be done is to gain territory, to expand, to conquer, to loot,
to possess, to feed the beast. Ah, how big… Gimme more, gimme more. I am hungry,
I am voracious. Yet now I have destroyed, now I have conquered and killed, what
else is to be done? What to do now with my free time? I am tired of my bombs, tired
of my tanks, fed up of scheming new strategies of annihilation. If I go
on like this, I might put my health at risk, I might reach the limit of my
hunger and thirst. Enough. Every new button I push becomes a meringue after a copious
feast, it will not but swell my belly instead of appeasing it, turning relish
into weariness. I have it! I will rebuild, though this time under quite a different
banner, I will recreate in the name of beauty, for the sake of recreation, a task
I expect to spread on my servants. Yes, from this time now to the end of my rule
I will act under the holy name of the empire of restoration! And with this
thought, the scoundrel climbs back on his operating table and vehemently proceeds
to pull something out of the ashes he himself has created (just for the sake of
experimentation, you know).
Versión
en español:
Estos
últimos días, la invasión de Ucrania ha revivido viejos fantasmas de la Guerra
Fría ("Estamos al borde de la destrucción", "La tercera guerra
mundial está cerca"). Mientras tanto, día a día, Rusia avanza imparable.
El
progreso en la creación artística es arduo, lento y desafiante (puedo dar buena
fe de ello). Un laboratorio lanza una nueva vacuna, un físico formula, muchas
veces por azaroso hallazgo, un nuevo principio de la naturaleza y enseguida
estos calan en la sociedad, prontos a funcionar. Mientras tanto, y a diferencia
de estos rápidos impactos, el artista cree avanzar al fin en su obra tras meses
de concepción y vacilación, y entonces, de nuevo la duda y con ella, la
rectificación, el inconveniente que siempre requiere toda ejecución mínimamente
aceptable. Por fin, una vez superados todos esos obstáculos, publica su obra y
la encuentra reducida al chute de la identificación empática, mezclado con
el placer intelectual y el estímulo sensorial. En el mejor de los casos, esas
irradiaciones golpean al público hasta el punto de provocarle un estallido, una
necesidad imperiosa de crear, de expresarse. El arte por el arte, ni más ni
menos. Por desgracia, sus efectos son como los de un lápiz que intenta
atravesar una armadura comparados con los de la destrucción. No te dañarán la
mejilla ni te volarán la oreja ni te fundirán los ojos ni te despellejarán; su huella
física es inane. No cambiarán —y mucho menos quebrarán— tu vida. Un crío
irrumpe en el cuarto de juegos y, con el mismo empeño y pasión con que tú
habías levantado tu maqueta, ríe impunemente tras haberla derribado. Y luego
viene la reconstrucción: los lamentos y la desesperación por recuperar las
piezas saltadas. La creación es tan endeble.
Por
si fuera poco, a la destrucción no le falta predicamento. Basta con mirar a
nuestro alrededor: la gente se siente fascinada por ella, aquí y allá charlas
acerca de vídeos de hostias épicas, de poderosas armas modernas, de
juegos enteramente basados en golpear al adversario; para rematar, cantan y alaban
la gracilidad de la precisión asesina y ensalzan la maestría a la hora de
asestar el golpe. Nuestro David y nuestros jarrones chinos son sus misiles
Sparrow y sus Colt-Browning M1895. Por supuesto, todos hemos experimentado —y
disfrutado; no hay por qué avergonzarse— la violencia de esos arrebatos,
disfrutes baratos y fáciles que de vez en cuando nos invaden, migajas con las
que apaciguamos nuestro cerebro después de cualquier agotadora tarea mental. El
primitivismo está en nuestros umbrales: la competición dentro de un partido, ingestas
furiosas de comida barata, levantamientos de pesas en la intimidad de nuestro
dormitorio. Puesto que siempre está ahí, al acecho, lo que hay que temer no es
ese primitivismo, sino la convivencia permanente con lo primario. ¿Necesitamos
más? ¿de verdad? Como si no tuviéramos suficiente...
Nuestra
vida es corta y está llena de momentos tediosamente largos. El tiempo libre,
sin embargo, puede emplearse de muy diversas formas. Con todo, algunos deciden hacerse
pasar por el matón del patio. Como supongo que todos conocen la Historia, me
ahorraré algunas menciones honoríficas. Lo que me enfurece es por qué tenemos
que compartir terreno con estos matones. Nadie los ha invitado. No han
resultado ser quienes decían ser. Es injusto. ¿Y quién va a derrocarlos? Se
apoderan del terreno, se autoproclaman sus nuevos y eternos dueños, y se creen
indestructibles porque saben de nuestra incapacidad para oponernos. Tengo
hambre, un hambre voraz. El arte, la investigación, qué inútil retozo, qué
pérdida de tiempo, retrasos inconvenientes... No, lo que hay que hacer es ganar
territorio, expandirse, conquistar, saquear, poseer, alimentar a la bestia. Ah,
qué grande... Dame más, más. Tengo hambre, un hambre voraz. Pero ahora he
destruido, ahora he conquistado y matado, ¿qué más hacer? ¿qué hacer ahora con
mi tiempo libre? Estoy cansado de mis bombas, de mis tanques, harto de maquinar
nuevas estrategias de aniquilación. Si sigo así, podría poner en riesgo mi
salud, podría llegar al límite de mi hambre y mi sed. Suficiente. Cada nuevo
botón que aprieto se convierte en un merengue después de un copioso banquete:
no hará más que implar mi vientre en lugar de apaciguarlo, convirtiendo el
deleite en cansancio. ¡Ya lo tengo! Voy a reconstruir, aunque esta vez bajo un
estandarte notablemente diferente, voy a recrear en nombre de la belleza, en
aras de la reconstrucción, una tarea con la que espero contagiar a mis
sirvientes. Sí, desde ahora hasta el final de mi dominio actuaré bajo el santo
nombre del imperio de la restauración. Y con este pensamiento, el canalla
vuelve a encaramarse sobre su mesa de operaciones y procede con determinación a
sacar algo de las cenizas que él mismo ha creado (solo por experimentar, ya
saben).
Sociego,
Burgos,
20 de marzo de 2022
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