En
uno de sus más celebrados relatos, “Un artista
del hambre”, Kafka presenta a un tipo cuyo éxito artístico deriva del disciplinado
ayuno al que se somete no por profesión de fe o acuciante necesidad de llamar
la atención, sino simplemente por falta de algo mejor que hacer en la vida —sin
duda, una curiosa y extrema heterodoxia—. Con el tiempo, el numerito cansa a
los espectadores y al propio empresario, quienes no entienden las verdaderas
razones del ayunador y adulteran su vocación ofreciéndole un banquete a los
cuarenta días del inicio de su ayuno, que él, por supuesto, rechaza. Paradójicamente,
con su pasividad reafirma su propia vida. Su actitud, que otros contemplan con
conmiseración y condescendencia, es todo lo sensata que puede ser la de alguien
que, como él mismo afirma, no encontró nada mejor que hacer.
A
nada que hayan visto estos días un poco de telediario, habrán escuchado la expresión
«operación salida» y sus apabullantes efectos, los embotellamientos en las autovías
sentido Atlántico y Mediterráneo —la DGT y la Guardia Civil trabajan, las
funerarias también—. ¿Tan dura ha sido la estancia de once meses en la cárcel? La
gente se frustra, se desespera, se vuelve histérica, uno le suelta un bocinazo
a otro, el otro le responde sacando un dedo por la ventanilla, el niño gimotea en el asiento trasero mientras al padre se le
abrasa la nuca. Pero todo este quilombo se podría haber evitado si no
hubiéramos decidido salir el mismo día que el ochenta y cinco por ciento de los
españoles, claro que no todos son funcionarios y para los pocos días a los que tienen
derecho, no se los van a coger a mediados de noviembre, con toda la friolera y esas
provocadoras luces de Navidad por todas las calles. Aun así, siempre hay algo
de elección propia en los días concretos en que uno decide cogerse la jornada
libre. “Sooo, pero ¿a dónde te crees que vas, voluntad propia? A ver si después
del trabajo te creías que también ibas a librarte de los niños, que están dando
la lata con el chapuzón en la mar, de la pareja, a la que, cómo no, le apetece
otro tanto de lo que les apetece a los idílicos tórtolos del folleto con que la
agencia de viajes hace el agosto”. Uno al final acaba cediendo: considera el bienestar de
los suyos, considera la gran oportunidad de librarse por un rato de su
respetabilidad, que con tanta escrupulosidad ha preservado el resto del año
embutido en su traje y corbata, paseándose semidesnudo por la costa sin riesgo
de pulmonía por el buen tiempo que encontrará, y, con esas, sigue adelante. Pero
no todo es de luz y de color. Una vez en carretera, mira alrededor para descubrir
que todos estos argumentos no son de su propiedad exclusiva, sino que también
han pasado por las cabezas de los tropecientos conductores que lo atosigan a los flancos, por vanguardia y retaguardia. Se
lio. Con todo, se podría haber ahorrado este desafortunado incidente si hubiera
diferido en fechas y destinos.
Tal
sitio cuando mejor se disfruta es en tal fecha, tal fecha es ideal para ir a
tal sitio. ¿La fecha prefigura el destino? ¿El destino lo hace con la fecha? ¿Huevo
o gallina, qué fue antes? ¿Y cómo puede ser que tantos coincidan en su gusto
por tomar el sol en una hamaca y, aún más, haya consenso en ensalzarlo a epítome del placer? ¿o cómo es que tantos
se proponen el mismo puñetero reto de apalizarse moliéndose las piernas contra
pendientes y pedruscos y lo blanqueen llamándolo “plan de montaña”? Por no
hablar de esa villa italiana de calles empedradas y llamativas contraventanas,
que tan bien les parece a todos para pasar su luna de miel o, simplemente, para
sentirse unos románticos. ¿Acaso existe un gen que nos predispone a contemplar
los mismos planes de vacaciones? Qué desgracia. Y si no es así, ¿qué pasa? ¿es
que hay por ahí una fábrica que elabora nuestro ocio y nos implanta sus diseños
telemáticamente? ¿A esto se referían los de los chips de Google? Bromas aparte,
creo que, si bien hay algo que nos hace a casi todos estremecernos ante un
mismo estímulo de manera similar, también creo que por sumisión, conformismo o
inercia (no sé muy bien) acabamos tragando con las mismas soluciones para los
mismos “problemas”. ¿Cansado de la pareja o de los
hijos? Logre que se callen hundiéndolos en el agua del mar. ¿Insatisfecho
con su facha? En nuestro resort, sus imperfecciones dejarán de ser un problema.
Estos y otros son los lamentos del individuo corriente que por su temor, su
rechazo o su desconocimiento de la heterodoxia siempre tiene que lidiar con la
misma lata cada vez que sale de vacaciones.
Cuando
el mecenas del artista del hambre trataba de agasajarlo con un suculento pedazo
de carne, este siempre lo rechazaba. Por suerte, no hace falta llegar a los
extremos de su privación para ahorrarnos toda esta
parafernalia. La solución es simple: encontrar otros medios para los mismos
fines. Pero es que todos los sitios atractivos ya están cogidos. De acuerdo, ¿por
qué entonces renunciar a la comodidad de casa? Nada de colas, nada de atascos y
nada de otros comensales hambrientos por los que uno tenga que esperar más de
media hora en una terraza mientras engulle con la mirada la paella de la mesa
de enfrente. Pero no, muchos consideran esa “inactividad” tirar el verano por
la borda. «¿Cómo nos vamos a quedar ahí apoltronados y encerrados como en una
cueva? Movámonos kilómetros y kilómetros para después no despegar el culo ni de
la tumbona. Conozcámonos a nuestros límites y embarquémonos en una experiencia
de autodescubrimiento moliéndonos las piernas y siendo carne de cañón para los mosquitos
y demás tropa». «No, gracias, ¿no se
supone que ya Jesús sufrió por todos en el monte Calvario?». «Pero hombre, es
que arriba hay unas vistas maravillosas». «Ya, y también las tienes desde la
mesa de la oficina, que bien te pones con el escote de la secretaria». ¿A qué tanta
obsesión por visitar, descubrirse, explorar cuando uno se ha pasado la mayor
parte del año dominado por los más abyectos pensamientos y a menudo tentado por
la sociopatía? Ahórrese todo ese misticismo y toda esa repentina sensibilidad programada
por su guía turística de bolsillo. ¿Quiere autoconocerse? Pruebe a mirar
fijamente su pared y piérdase en sus pensamientos. Por mucho menos dinero, contratiempos
y con su pellejo a salvo de una insolación, ni juntando los de la etapa de comienzo
de deshidratación en el Camino de Santiago con los de la enésima iglesia de ese
tour exprés verá tantos ángeles como entonces.
Por mi parte, soy coherente. Este verano, me estoy desplazando aquí y allá en esporádicas y cortas escapadas—a excepción de casi una semana en un sitio precioso al que voy siempre por tradición familiar—. Para mí, eso sí son vacaciones: evitar comerme las de los demás. Y mejor así, pues estoy seguro de que, si me metiera en un fregado, ya por seguir a la mayoría ya por simple curiosidad acerca de mis verdaderos antojos, todo mi preciado tiempo de relajación acabaría degradándome a un sañudo homicida con la agencia de viajes que tan bien me pintó el plan y a un ser quejumbroso que descargaría todo su desprecio sobre su propia naturaleza sumisa, que tan infaustamente se dejó llevar por esos recurrentes parias de hamaca y sombrilla, y lo suficientemente quisquillosa como para generarme los oscuros pensamientos anteriores. Y a ver luego quién sería el valiente que me bajara del jeep después de todo ese safari “espiritual”.
Sociego,
Burgos,
31 de julio de 2022
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